De Caravaggio a Bernini: Obras maestras del Seicento italiano en las Colecciones Reales

IMG_20160618_132120

Una de las grandes exposiciones que ahora mismo se pueden visitar en Madrid es la que ofrece el Patrimonio Español hasta mediados de octubre. Una ocasión única para contemplar obras de los grandes maestros del Barroco que hasta ahora nunca habían sido mostradas en público, ya que se encuentran en las estancias privadas de los Sitios Reales (es decir, las que nunca se visitan). Si a esto se añade que el lugar elegido para esta exposición es uno tan apropiado como espectacular, como es el propio Palacio Real, ya tenemos dos buenos alicientes para ir a verla.

La exposición, todo hay que decirlo, no destaca por la cantidad de obras mostradas si la comparamos con otras muestras realizadas en el mismo espacio. Aunque su tal vez escaso número se suple con el hecho de que cada una es más espectacular que la anterior (tenemos juntas obras de Velázquez, Caravaggio, Rivera, Bernini, Carraci o Guido Reni) por lo que merece la pena estar unos buenos quince minutos delante de cada una. Por ello, mejor ir con tiempo para disfrutar de la muestra como se merece.

La importancia de Roma

La exposición se divide teniendo en cuenta los artistas que trabajaron para la corona española durante el siglo XVII, pero a su vez se observa una clasificación en cuanto a estilo artístico. Y es que los grandes pintores y escultores que realizaron encargos para los Austria (ellos fueron los grandes mecenas del siglo XVII, pues la mejor manera de demostrar su poderío era teniendo bajo el mismo techo obras de los grandes artistas de todos los tiempos) ofrecían un estilo inconfundible, pudiendo observarse así una evolución artística.

Cibeles

Diosa Cibeles

Exceptuando unas cuantas esculturas entre las que destaca el espectacular Cristo de Bernini al que llegaremos más adelante, es sobre todo pintura lo que puede observarse en la exposición. Gigantescos cuadros con temática eminentemente religiosa pero que desprende un gusto por lo clásico y que recuerda a los temas mitológicos propios del Renacimiento del que acababa de salirse.

Precisamente ese deseo por alejarse de lo aprendido en el Renacimiento, donde la perfección de la figura humana era la máxima a seguir, es lo que va a marcar el estilo artístico durante el siglo XVII o Seicento (los estilos artístico en Italia se nombraban según los años enteros. Es decir, Quatrocento para el 1400 (s. XV), Cinquecento para el 1500 (s. XVI) y Seicento para el 1600 (s. XVII). Aunque para ello una gran fuente de inspiración serán las esculturas clásicas que los grandes pintores del momento descubrieron en sus viajes a Roma, y que era algo así como el viaje obligado para todo artista que quería estar entre los grandes.

Carraci y la búsqueda del ideal de belleza

Tal vez el nombre de Carraci, comparado con otros artistas como Velázquez o Caravaggio, sea menos conocido por el público en general. Pero él fue uno de los grandes favoritos de la corona real a la hora de encargarle obras para las estancias reales, y tuvo una gran importancia dentro de la Historia del Arte.

Tal fue así que Carraci marcó el inicio de un nuevo estilo artístico que intentaba mostrar un ideal de belleza a camino entre el final del Renacimiento y el Barroco en su máxima expresión. Y es que la última etapa del Renacimiento, el llamado “manierismo”, destacaba por mostrar al hombre en toda su perfección pero hasta un punto donde parecía irreal, ya que la realidad y la naturaleza no se tenían en cuenta. Surgían así escenas nada creíbles donde lo único que importaba era que la figura humana se mostrara perfecta, así como la representación mitológica que se estaba plasmando.

Erminia y los pastores, Ludovico Carraci

Erminia y los pastores, Ludovico Carraci

Alejándose de esa idea, lo que hizo Carraci fue crear el “Bello ideale”, donde sí que se fijaba en la naturaleza a la hora de representar esas figuras y paisajes, pero sólo en la naturaleza que a él le interesaba. Esto es, la naturaleza “más bella” para crear un conjunto perfecto y bello en todos sus detalles, pero también real en cuanto a las formas.

Caravaggio: el inventor de un estilo único

El siguiente estilo artístico que se puede observar durante el Barroco es el que tiene en Caravaggio y Ribera a sus principales figuras, y donde lo importante es mostrar la realidad tal cual es, da igual si es bella o fea. Pero precisamente por ese deseo de diferenciarse de los artistas que les precedieron, y de paso les permitía demostrar su gran apacidad artística, lo que empezaron a abundar fueron las escenas más tenebrosas y crudas, llenas de un realismo sin censura.

Así ocurrió con Michelangelo Caravaggio, que a los 15 años ya estaba en Roma, aprendiendo de los grandes clásicos del Renacimiento, y que inició una nueva manera de representar las escenas religiosas de siempre, consiguiendo darles una visión totalmente nueva.

Salomé con la cabeza de Bautista, Caravaggio

Caravaggio es, por así decirlo, el inventor del claroscuro, del tenebrismo y del escorzo imposible, tres de los grandes puntos que definen el Barroco y que se oponen claramente a la luz y equilibrio que imperaban en el Renacimiento. Ejemplo de ello lo tenemos en una de las obras estrella de la exposición: “Salomé con la cabeza de Bautista”, en la que Salomé recibe toda la luz de la imagen, así como parte de la cabeza cortada del Santo, mientras que en las penumbras se observa una mujer y la espada con la que fue cortada la cabeza. Esta contraposición permite que el principal toque de color, la capa de rojo intenso, se convierta en el principal punto de atención para el espectador.

San Bartolomé, (José de Ribera)

San Bartolomé, José de Ribera

Estos elementos son característicos de todos los cuadros de Caravaggio, así como en José de Ribera, su principal continuador. Este artista destaca sobre todo por sus mártires y ermitaños, que sorprenden por su excesiva crudeza y realismo hasta bordar el tremendismo, pero que en esos momentos era muy del gusto de la época, especialmente entre la realeza y el papado.

Pero en las obras de Ribera que forman parte de la exposición lo que se va a observar es una evolución en su estilo con el paso de los años, debido a que la escuela veneciana (caracterizada por su luminosidad) comenzó a imperar entre las Cortes de toda Europa.

Jacob y el rebaño de Labán

Jacob y el rebaño de Labán, José de Ribera

Ejemplo de ello son sus obras “Jacob y el rebaño de Labán” de 1632, y sobre todo “San Francisco de Asís recibiendo los estigmas” de 1642, con una luminosidad que habría sido impensable en sus primeros trabajos.

Las parejas de cuadros

Una curiosidad de esta exposición, precisamente por el hecho de que las obras fueron encargos reales para las dependencias privadas de la Corte, es la cantidad de parejas de cuadros pensadas para estar enfrentados en la sala donde acabarían colgados.

La túnica de San José, Velázquez

Es lo que ocurre con el único cuadro de Velázquez presente en la muestra: “La túnica de San José”. Este es un cuadro que rápidamente recuerda a otra gigantesca obra del pintor sevillano y que se puede contemplar en las paredes del Museo del Prado: “La fragua de Vulcano”.

La fragua de Vulcano

La fragua de Vulcano, Velázquez

Viendo las dos obras juntas, es evidente que ambas mantienen la misma composición: todas las figuras están alineadas del mismo modo y el protagonista principal de la escena (en un caso Vulcano y en otro José) destaca por su expresividad y por no ser la figura que más luz recibe de todas, habiendo sido elegido para ello la figura que se muestra de espaldas al espectador… toda una novedad para la época.

En el caso de “La túnica de José” esta obra destaca además porque con ella Velázquez, que acababa de volver de su primera estancia en Roma, inicia una nueva manera de narrar las historias bíblicas. Se trata del momento en que los hermanos de José, que habían vendido a su hermano pequeño por celos, acaban de entregarle a su padre la túnica de José manchada de sangre, haciéndole creer que su hermano ha muerto. Este episodio, al igual que todos los que forman parte de las Sagradas Escrituras, era reconocido por los detalles que siempre se representaban, y que en este caso seria la túnica manchada de sangre. Pero en esta ocasión lo que hace Velázquez es centrar el protagonismo en la cara de terror del padre que acaba de recibir la trágica noticia, así como en el perro que ladra a la túnica, y que sí ha descubierto el engaño.

La matanza de los inocentes - Rapto de las Sabinas

La matanza de los inocentes – Rapto de las Sabinas, Domenico Gargiulo

Otro ejemplo de parejas de cuadros son las compuestas por “El rapto de las sabinas” y “La matanza de los inocentes”, de Domenico Gargiulo. De nuevo se enfrenta un tema mitológico con otro religioso y se repite la composición hasta el punto de ser casi idénticos en algunos grupos de figuras, como ocurre con las túnicas azules, que son las que se convierten en esta ocasión en el principal punto de color.

Este juego responde a algo tan sencillo como es el gusto personal de los monarcas, que tenían la suerte de tener como decoradores privados a los artistas más importantes de todos los tiempos, quienes no tenían más remedio que obedecer sus caprichos estéticos a la hora de adornar sus estancias privadas.

El lujo por el lujo

Dentro de la exposición hay una sala en concreto en la que se refleja perfectamente el capricho de los monarcas a la hora de pedir obras a los mejores artistas. Es en la que se reúnen las obras más lujosas de todas y que responden en su totalidad a regalos que las distintas cortes de Italia (Venecia, Nápoles, Ferrara o Urbino entre otras) entregaron a la corona española para decorar las estancias del Alcázar, el regio hogar de los Austrias, y que de paso servía para firmar alianzas o acuerdos matrimoniales.

Inocencio X se encuentra con Atila

Inocencio X se encuentra con Atila, Giambologna

Y sin duda el regalo más espectacular es el que le entregó el cardenal Barberini a Felipe IV, consistente en un asombroso relieve realizado en plata con bronce dorado y mármol, obra del escultor Giambologna y uno de los que pocos ejemplos de estas características que se pueden encontrar en el mundo.

Obras únicas de la escultura

Sin abandonar el campo de la escultura, uno de los puntos fuertes de la exposición (sólo por ver esta estatua ya merece la pena pagar la entrada) está la crucifixión que Bernini realizó para Felipe IV para presidir el Panteón de los Reyes de San Lorenzo del Escorial. Es decir, el enclave más regio de todo el territorio español, pues en esa sobrecogedora sala están enterrados todos los reyes de la familia de los Austria.

Cristo cruzificado, Gian Lorenzo Bernini

Cristo cruzificado, Gian Lorenzo Bernini

Esta escultura, además de su espectacular factura en bronce dorado y su grandísimo tamaño, destaca por ser única en tres aspectos: Es la primera escultura de estas características realizada en una única pieza de bronce, la única que no cuenta con un crucifijo en el que se apoye el Cristo moribundo, y la única que Bernini realizó en Italia para luego ser enviada a su destinatario, en España.

Se trata de la obra que más admiración despierta entre el visitante, ya que pese a ser una representación religiosa tan común, evoca un realismo y una humanidad poco propia del momento de la muerte de Jesucristo… Y tal vez este fue el mismo motivo por el que, pese a ser realizada por el mejor escultor del momento, no convenció al monarca español cuando por fin tuvo la obra entre sus manos, por lo que al final no ocupó el lugar que le estaba destinado.

En resumen, tenemos una exposición completa en cuanto a artistas y obras de primera magnitud, que además permite ver las distintas etapas artísticas que se vieron dentro del siglo XVII del Barroco: un manierismo exagerado, seguido del claroscuro iniciado por Caravaggio, para terminar con el “Bello ideale” que sirve como punto intermedio entre ambos estilos.

Jesús expulsando a los mercaderes del Templo (Luca Giordano)

Jesús expulsando a los mercaderes del Templo, Luca Giordano

La obra que cierra la exposición, perfecta para dejar clara esta idea, es la de Luca Giordano de “Jesús expulsando a los mercaderes del Templo” (1686-1687), por encargo de Carlos II, el último rey de la dinastía de los Austria. En este cuadro de gigantescas dimensiones Giordano ejemplifica todo lo visto en el Barroco, de paso que sirve para cerrar una dinastía y un estilo artístico, ya que con la llegada de los Borbones (Carlos II murió sin descendencia, por lo que corona pasó a una rama de la familia real francesa) se vio rápidamente el interés por el nuevo estilo artístico que empezaba a imperar en Europa: el Neoclasicismo, con un regreso a los temas clásicos y mitológicos.

Más info:

Lugar: Palacio Real de Madrid.

Fecha: Hasta el 16 de octubre.

Precio: General (11€), reducida para estudiantes (7€) y gratis para desempleados o todos los días, 2 horas antes del cierre.

Acerca de barbaracruzsanchez

Leo y veo de todo. Y cuando digo de todo es de TODO. Nunca sabes qué serie o libro hay por ahí escondido que va a acabar convirtiéndose en tu favorito...
Esta entrada fue publicada en Cultura y etiquetada , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario